miércoles, 3 de noviembre de 2010

Apetito

Mareada de intensidad y olores de boca a boca. Es la ave poderosa que mi cerebro se ha llevado, manchando mi valle de negro capricho. Mis manos me roban lo que estoy sintiendo, lo desplazan hasta lo grave del ser humano –que con el temblor jadeado, deja de serlo- y soñando al desierto intensamente acabado. Concentrarse a la palabra, viscerar lo más ahogado y escrupuloso, llegar hasta el escondite mismo, la sensación de olimpo. Penetrar el árbol. Capturarlo y observar silencioso su movimiento más intenso. Se derrite hacia el aire para ser diminuto, efímero viaje a la sangre demoníaca, al espíritu santo que ya estaba en cúpula con la piel humectada de biología transhumana. Al mar, flotar con cada gota y ser parte de la biblia al caminar sobre las aguas, desafiar mi naturaleza y los ojos sin pupilas herejes. Desplumarse y desplomarse, porque se han volado los lagartos de la garganta y se ha evaporado el agua bendita. 

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